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Duchamp, Umberto Eco y el baile del chiki chiki

Duchamp, Umberto Eco y el baile del chiki chiki

1. En 1017, Marcel Duchamp expuso en el Museo de Arte Moderno de Nueva York un urinario. Para muchos éste fue el comienzo de una nueva etapa en el arte, de hecho en 2004 la pieza fue elegida por más de 500 críticos como la pieza más influyente del arte del siglo XX. La decisión del artista era la fuerza que dotaba al objeto de gracia estética. Curiosamente, la transmutación del arte pasaba por consagrar con un crisma redentor al artista, ofreciendo una paradoja irresoluble: antes para ser artista había que conseguir una obra de arte, ahora para que algo sea una obra maestra ha de ser propuesto por un artista, pero... ¿quién es artista?

Tras la aparente originalidad y el fuerte aspecto personal de dotar a un urinario de un valor artístico no se encuentra una persona aislada, sino una sociedad capaz de valorar la ocurrencia y, en no pocas ocasiones, capaz de generar un suculento mercado de vender tales ocurrencias.

2. En dos libros distintos, Historia de la belleza e Historia de la fealdad, Umberto Eco realiza un repaso histórico de estos dos conceptos estéticos. El primero es el concepto clásico, el segundo ha sido mucho menos tratado por los teóricos. La reflexión de Umberto Eco parte de la sentencia atribuida a Jenófanes de Colofón según la cual: "si los bueyes, los caballos y los leones tuviesen manos, o pudiesen dibujar con las manos, y hacer obras como las que hacen los hombres, semejantes a los caballos el caballo representaría a los dioses, y semejantes a los bueyes, el buey, y les darían cuerpos como los que tiene cada uno de ellos". Para él la historia de la fealdad es mucho más interesante que la de la belleza, puesto que los conceptos se acaban entremezclando y todo es mucho más complejo de lo que parece.

3. La infancia es una época preilustrada (lo cual no quiere decir que la edad adulta sea obligatoriamente ilustrada) y entre los rasgos preilustrados de la edad infantil se encuentra cierto inocente patriotismo que en muchos de nuestros contemporáneos se exacerbaba en ocasiones tan dispares como los Mundiales y Eurovisión. En este último caso la emoción se centraba en unas pocas horas, en las que el orgullo patrio se inflamaba ante las caprichosas votaciones de países tan desconocidos y exóticos como Guayamuní. Fantástica nación que con el tiempo identificamos con Inglaterra y más adelante (gracias a la inestimable labor educativa del 1, 2, 3) con el Reino Unido.

Este año, por aclamación popular, será El baile del chiqui chiqui la canción que competirá frente a rivales tan temibles como Lituania, Letonia y Estonia, cuyos gustos musicales son tan coincidentes como recíprocos; o Turquía, lugar donde con ocasión del festival surgen canciones muy apreciadas por el público germano aunque no se dé la misma situación a la inversa.

En este escenario se presenta el baile del chiki chiki, una ocurrencia graciosa y provocativa que tal vez mueva a la sonrisa, pero también permite la reflexión. Después de tomarse tan en serio el festival en distintas ediciones, esta vez el público ha decidido tomárselo a broma y participar aportando una ocurrencia sin más pretensiones. Sin embargo, ¿cómo reaccionará la crítica? ¿se producirá el relativismo que preconiza Jenófanes o por el contrario se convendrá que su hallazgo es similar al de Duchamp?

 

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