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Sapere aude!

El tiempo y el espacio.

            Hay un sempiterno asunto de queja en los exámenes que se condensa en un par de problemas: el tiempo y el espacio. Las famosas formas a priori de la sensibilidad kantiana son aquí algo mucho más palpable y se convierten en una refriega dialéctica en cuanto se ve que no da tiempo a acabar el examen o que nuestra forma de escribir no puede contenerse en tan pocos folios.

            El hecho es que el examen de Filosofía II en Selectividad dura exactamente una hora y media y que los folios de los que disponéis son dos y medio, es decir, cinco caras. En 2º de Bachillerato hemos de prepararnos para este examen, por lo que es razonable que hagamos los exámenes tal como se plantean en Selectividad. No tendría sentido examinarse de Tintín o del Principito, por mucho que sean más entretenidos que el Discurso del método y que sin duda de ellos se puede extraer alguna reflexión interesante, pero los autores que se estudian no son esos y el tiempo y el espacio del que se dispone tampoco son los que a nosotros nos gustarían. ¿Por qué es así? Ignoro los pormenores de la decisión, pero creo que el motivo fundamental es que así se genera un marco que garantiza la igualdad de oportunidades: todo el mundo tiene el mismo tiempo y el mismo espacio. A ningún delantero de la liga se le ocurriría decirle al árbitro: “¡Por favor! ¡Déjenos quince minutos más, si somos mejores que ellos! … ¡Jolín! ¡Quince minutos más y seguro que ganamos!” Lo lógico es que el árbitro le respondiese: “No dudo que ustedes sean mejores que ellos, pero hay que demostrarlo en noventa minutos, no en los que ustedes necesiten.” Si no discutimos el reglamento de la liga (al menos en esta cuestión), quizá tampoco tenga mucho sentido criticar el de la Selectividad. Seguramente ni el uno ni el otro son los reglamentos óptimos, pero de momento son los que están vigentes y “con estos bueyes tenemos que arar.”

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